Toda la noche hago la noche.Toda la noche escribo para buscar a quien me busca.Palabra por palabra yo escribo la noche

viernes, noviembre 28, 2008

PaRa LeEr En El OcAsO

A diez días de marcha hacia el Oeste, la Ciudad del Otoño Perpetuo se recorta en el horizonte como un espejismo trémulo, como una alucinación difusa que va tomando el aspecto, conforme avanza el viajero, de un conglomerado de torres, agujas y murallones cubiertos de enredadera.
Una vez que pisamos las márgenes del río que circula en torno a la ciudad y cuyas aguas hirvientes la vuelven inexpugnable, tenemos que aguardar, en el embarcadero desierto, a un ceñudo Caronte para cruzar al otro lado. Luego, durante la travesía, el barquero nos dice el nombre del río (Tang) y de la ciudad (Penumbria) y nos pregunta: "¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Ha cruzado el pantano verdinegro? ¿Ha rasgado la cortina de zarzas? ¿Ha tomado el empalme de los gnomos?" Respondemos afirmativamente, aunque no sea cierto, por temor a su rostro pálido, a su mirada de gato. Cuando nos hallamos en tierra firme, nos parece abordar simplemente una barca más grande, que se balancea de modo imperceptible. También sentimos, pasado un rato, que la realidad tiene la textura, el color y la luz de un cuadro: la realidad es un cuadro y nosotros formamos parte de él. Después, nos enteramos de que el cielo es un tinte sepia surcado por nubes que prometen tormenta (sin cumplir nunca su promesa) y de que acaban de dar, para siempre, las cinco de la tarde: aún persiste el rumor de la última campanada, hecho al que tardamos un poco en acostumbrarnos. Cuando lo logramos, nuestros pensamientos tienen la misma resonancia de ese plañido, están como encantados por él, sólo se piensan pensamientos de las cinco de la tarde y quizá por eso los libros redactados en Penumbria son libros para leer en el ocaso.
("Rudísbroeck o los autómatas" en Los Sueños de la Bella Durmiente. Emiliano González)

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